Una crisis global y sistémica
Desde hace un lustro, las sociedades occidentales asisten perplejas a un escenario que amenaza con hacer tambalear los elementos arquitecturales básicos del orden político, económico y social de los últimos sesenta años. Sin embargo, las causas del desmoronamiento del sistema se localizan en las décadas de los 80 y los 90, cuando se codifican los fundamentos teóricos del neoliberalismo a través de la Escuela de Chicago y el denominado Consenso de Washington y se aplican por gobernantes como Ronald Reagan o Margaret Thatcher.
La desregulación de los mercados financieros, la globalización del comercio de bienes y servicios, el uso de políticas fiscales restrictivas y la reducción del papel del Estado como agente económico son medidas que fueron implementándose con la presión de instituciones multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio. Las políticas económicas descritas provocaron la progresiva sustitución de la economía productiva por transacciones de naturaleza especulativa, el fortalecimiento del dominio de las empresas multinacionales, una disminución de los ingresos estatales y la precarización de las condiciones laborales de millones de trabajadores.
Las consecuencias no se hicieron esperar y se sucedieron sin solución de continuidad crisis en Grecia y Turquía (1992), en México (1994), en los denominados “Tigres Asiáticos” y otras economías de la zona (1997-1998), en Rusia y Brasil (1998-1999) o en Argentina (2001-2002). En los países más empobrecidos el hambre, casi crónico, crecía y se cernía -y se cierne- sobre cerca de mil millones de personas. Y mientras tanto Europa, aparentemente ajena a esta situación, consolidaba un proceso de unión monetaria que posteriormente se ha demostrado incapaz para hacer frente a la crisis financiera originada en el año 2007 debido a la ausencia de cohesión política y social.
En España, la introducción del dogma neoliberal supuso la aprobación de modelos fiscales regresivos, la privatización de empresas públicas en sectores económicos claves, la destrucción del tejido industrial y la flexibilización del mercado laboral, disminuyendo paulatinamente la capacidad del Estado para hacer frente a los deberes que le son propios y la de los ciudadanos para mantener un nivel de vida acorde con sus necesidades y aspiraciones. La explosión de la burbuja inmobiliaria a partir del año 2008, en la que centraba de forma casi exclusiva el crecimiento económico, ha provocado un aumento del desempleo y una contracción del consumo interno que, ante la práctica ausencia de crédito bancario, ha llevado a la quiebra a numerosas PYMES.
Sin embargo, el análisis de la situación no debiera circunscribirse al ámbito económico. El sistema hace aguas a nivel medioambiental, agroalimentario, energético e incluso se suceden críticas a los mecanismos propios de democracia representativa. La crisis, por tanto, lejos de ser una más de las cíclicas que tuvieron lugar en el s. XIX y primera mitad del s. XX, no es sino la penúltima fase de un proceso de agotamiento global cuyas soluciones no pueden ser ni coyunturales ni parciales.
Presupuestos para impulsar el cambio de modelo
Decía Bertolt Brecht que “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”. Cuando se escriben estas líneas aún no se adivinan los contornos de lo que ha de venir, aunque sí se intuye que el viejo sistema está a punto de desfallecer. En contextos como este las sociedades optan por tres caminos: el del miedo a la libertad, que escribiría Erich Fromm, caracterizado por el inmovilismo; el del nacionalismo extremo, que les invita a refugiarse en fórmulas xenófobas, inclinando las apetencias más hacia la búsqueda del presunto culpable que hacia la verdadera superación de la situación conflictiva; y el de la transformación social y la búsqueda de alternativas, propio de las izquierdas y cuyo posicionamiento puede balancearse entre la mera reforma y la auténtica ruptura.
La dicotomía reforma / ruptura no puede plantearse, como hasta ahora, como un dilema entre medidas posibilistas y posicionamientos revolucionarios, sino como un proceso gradual para la superación del actual modelo de convivencia política, social y económica. Ni los defensores de la primera vía asumen acríticamente el sistema ni los que optan por la segunda son peligrosos adalides de la destrucción total. En ambos confluye el anhelo por construir un nuevo paradigma y la diferencia solo ha de buscarse en los tiempos y en la estrategia de cambio. Muy necesario resulta en estos tiempos que adviertan lo que les une y relativicen lo que les separa. Como exponía Antoni Doménech en 2005 , “los dos tipos de izquierda, si son honrados, están obligados a reconocer sus respectivas debilidades, y a colaborar del modo más leal posible: los radicales deben seguir el viejo conejo de la gran Rosa Luxemburgo, no contraponer estérilmente “Reforma” y “Revolución”, sino tratar de sumar la segunda a la primera, apoyar y servirse de los avances moderados, para hacer avanzar con firmeza y con inteligencia causas moral y políticamente más radicales. Por su parte, los moderados tienen la obligación moral de luchar contra la criminalización indiscriminada de los radicales que intenta la derecha”. Lo trascendente, lo verdaderamente trascendente, es ofrecer desde las izquierdas una respuesta coherente y creíble a las legítimas demandas de una gran parte de la sociedad, pues la historia demuestra que cuando la izquierda no se moviliza y no plantea alternativas concretas para superar contextos de sufrimiento, una gran parte de la población, muchas veces la más desfavorecida, cae en las redes del fascismo, redes en las cuales también terminan cobijándose aquellos que optaron por seguir confiando en el sistema. El avance de la ultraderecha en Europa demuestra lo acertado de este aserto. Desde este punto de vista, urge que las fuerzas sociales que abogan por el cambio se movilicen de forma organizada y sin fisuras, presentando un modelo verdaderamente alternativo en el medio / largo plazo con propuestas y acciones viables a corto. Actuar bajo otro formato y potenciando frentismos ya históricos solo puede concluir en la progresiva disolución del movimiento y consecuentemente en la derrota segura del mensaje de cambio. Anarquistas, feministas, socialdemócratas, altermundistas, comunistas, pacifistas, animalistas, ecologistas… todos debemos obviar nuestras legítimas diferencias y centrar el esfuerzo en censurar a los verdaderos responsables y superar el actual marco de referencia.
Una segunda idea-fuerza ha de tenerse presente: el cambio es posible. Uno de los éxitos del sistema es precisamente la conformación de una mayoría que no cree en su superación. Se matan los sueños y se crean esclavos mentales. Se venden como utópicos otros modelos y se aísla intelectualmente al que plantea una verdadera alternativa. Frente a ello, es menester reclamar el clásico ideal altermundista de que “otro mundo es posible”. Y para ello no es suficiente repetirlo como un mantra, requiere que las propuestas de transformación no se caractericen por la ambigüedad y se acompañen de estudios que demuestren su viabilidad. Definirse en lo concreto y en lo posible constituye la fórmula óptima para hacer posible la Utopía. No hacerlo es situarse, empleando una diferenciación lúcidamente realizada por Julio Anguita hace ya muchos años, en el terreno de lo quimérico.
Un último presupuesto que ha de asumirse para que la transformación realmente tenga lugar es que su propuesta e impulso ha de acometerse desde la sociedad civil y culminarse en el ámbito político. Desde finales del s. XX, el ciudadano ha delegado sus deseos de cambio en el poder político, haciendo una dejación de funciones irresponsable que ha terminado por inclinarlo hacia la indiferencia cuando no a la misma complacencia. Tampoco pueden asumirse planteamientos que abogan por la tesis justamente contraria, la de la mera protesta social que no se articula para influir en la esfera de quienes tienen la llave que abre la cerradura del sistema. Es evidente que ni puede residenciarse en el mundo político la decisión de impulsar tal o cual reforma ni debe practicarse una suerte de activismo buenista que desconozca su inepcia en caso de no interrelacionarse con aquel. En consecuencia, la materialización del cambio, la búsqueda de la alternativa, la superación del sistema vigente sólo puede tener lugar mediante su discusión, determinación y envite social y su traslación al ámbito político, bien directamente bien a través de canales de concienciación o presión. El como se estructure el movimiento social de protesta y propuesta y el como se articulen las acciones para que desde el poder político será otro de los elementos básicos para lograr el éxito o asumir el fracaso.
Una propuesta de cambio: el Frente Cívico de Julio Anguita
El pasado 15 de junio de 2012 Julio Anguita se comprometía en Sabadell a ser “el referente de una operación política que intente cambiar el país”. El 22 de junio desarrollaba en el blog del Colectivo Prometeo su propuesta de creación de un Frente Cívico como fórmula para colocar en la balanza del poder una fuerza “en contraposición a otros poderes económicos y sociales que, siendo muy minoritarios, detentan en exclusiva el ejercicio del Poder”. Posteriormente, el 3 de julio de 2012, se publicaba en el mismo espacio web una segunda reflexión sobre la estructura y organización del Frente titulado “Empezamos a caminar (SOMOS MAYORÍA)”.
El planteamiento de Julio Anguita parte de una realidad aparentemente irrebatible y que da título al escrito en el que concreta su compromiso: somos mayoría. Esta autoafirmación, que se recoge también en otros movimientos como el que acogió el lema “somos el 99%”, requiere no obstante de una matización.
Es cierto que hay una mayoría social que sufre con especial crudeza los efectos de la crisis, que padece en gran medida los ajustes presupuestarios y que asiste inerme a la restricción de sus derechos. Pero que exista esa mayoría no significa que se vea como tal y por supuesto que actúe con la fuerza que ostenta. Y ello porque para que se ofrezca tal realidad la mayoría debe tomar conciencia de que efectivamente lo es.
Hay quienes sufriendo las situaciones las asumen como necesarias, hay quienes ni siquiera son conscientes de que su realidad es mejorable y hay incluso un alto porcentaje que, estando en desacuerdo con ella, no encuentran mecanismos u oportunidades efectivas para canalizar su disconformidad.
La formación de esa mayoría requiere por tanto y en primer lugar de INFORMACIÓN. El control de los medios de comunicación y el dominio que sobre la información detentan los poderes económicos y las élites sociales impide en muchas ocasiones que las clases populares accedan a datos y hechos que podrían cimentar una posición más crítica y fundamentada a la estructura del sistema. En segundo término, es necesaria la FORMACIÓN, esto es, la reflexión individual y colectiva sobre esos datos y hechos. Su análisis, la elaboración de juicios de valor y la confección de conclusiones, acompañadas de un estudio sobre su viabilidad política, social o económica son armas ineludibles para combatir intelectualmente contra quienes sostienen el actual status quo y para persuadir a quien aún está en la primera de las fases, la de la información. Una vez generados los escenarios precisos para superar ambas exigencias, puede articularse esa gran mayoría ya dispuesta para acometer la tercera y última fase precisa para el cambio: la ACCIÓN. Acción que debe acometerse, como ha dejado escrito el propio Julio Anguita, desde la concreción y sin veleidades partidistas, tratando de sumar y no de excluir. Item más, la acción debe centrarse en actuaciones fuertemente impulsadas pero diferidas en el tiempo. El exceso de manifestaciones, recogidas de firma o huelgas de consumo, por poner algunos ejemplos, se ha demostrado ineficaz y termina diluyendo los marcos de protesta por el cansancio natural de quienes deben participar en ellas, ello sin perjuicio de que suele redundar en una menor preparación de las propuestas y es un impacto progresivamente menor tanto en la opinión pública como en la publicada.
Información, formación y acción se configuran de este modo como tres procesos graduales y concatenados que deben tener fiel reflejo en la estructura y organización del Frente Cívico, tal y como se expondrá a continuación.
La estructura del Frente Cívico
Aunque en los escritos de Julio Anguita ya se desliza una organización del trabajo con la que se está plenamente de acuerdo, sirva este pequeño excursus para exponer algunas ideas que creo pueden ser aprovechables, siempre desde el máximo respeto a los impulsores de la iniciativa y asumiendo que la evolución del propio Frente Cívico, esperemos que favorable, puede y debe ir modificando los esquemas que ahora se presentan.
La estructura de trabajo en el Frente Cívico debería ser coherente, como acertadamente indica el propio Julio Anguita, con la organización territorial del Estado: grupos locales, nodos autonómicos y una gran plataforma estatal podrían organizarse de tal modo que sus estudios, planteamientos y acciones se correspondiesen con la distribución de competencias que sobre las distintas administraciones efectúan la Constitución española, los Estatutos de Autonomía y la Ley 7/1985, de 2 de abril, reguladora de la bases del régimen local. Así, y a título meramente ejemplificativo, los grupos locales podrían tener como finalidad la impartición de cursos y talleres por especialistas sobre temáticas municipales y la formulación de propuestas de actuación ante los distintos Ayuntamientos a través de los mecanismos de participación que permite o establece la Ley. Incluso podrían constituirse en agrupaciones de electores que procurasen imbricarse en el gobierno y administración del municipio. Los nodos autonómicos, además de una lógica coordinación de los grupos locales, dedicarían su trabajo a plantear las reformas que de las normas autonómicas cupiese realizar en función de las competencias asumidas por la Comunidad Autónoma respectiva. Finalmente, la Plataforma Estatal podría encargarse de la redacción de un Manifiesto común, para el que podría servir de base el escrito – reflexión de Julio Anguita. Además, en su seno se discutirían las grandes reformas de las leyes y reglamentos estatales y se trabajarían las acciones que para su consecución fueran necesarias. Todo esto escrito con la debida precaución y como una mera tormenta de ideas que haría falta pulir y desarrollar.
Un aspecto sobre el que es necesario reflexionar igualmente es la proliferación de grupos que se han generado desde que Julio Anguita propuso la creación del Frente Cívico, aunque sea de momento limitando su existencia a su aparición en redes sociales como Facebook o Twitter. La creación de los grupos pertenecientes al Frente Cívico debería formalizarse y coordinarse de alguna forma, pues de lo contrario se incurre en el riesgo de confundir a los ciudadanos que deseen participar del mismo y en definitiva de disgregar el movimiento. Por idéntico motivo sería oportuno que dichos grupos se dotasen de un reglamento común que definiese normas básicas sobre su funcionamiento y el sistema de debate y votación de las propuestas.
Por otra parte, los grupos de trabajo locales, autonómicos o incluso el estatal debería tener una existencia no solo virtual sino también presencial para evitar que el activismo quedase restringido, como últimamente ocurre, al ámbito de Internet. La red de redes es un instrumento óptimo para convocar a los interesados a la participación y difundir las propuestas que en su caso se aprueben, pero el Frente Cívico debe tener una imprescindible presencia en la realidad física de sus destinatarios.
Naturalmente, en el funcionamiento interno de los grupos que conformasen el Frente Cívico debería evitarse en la medida de lo posible su burocratización y que termine empleándose más tiempo en la propia organización que en lo que realmente la convoca. Tarea por tanto primordial será equilibrar la necesaria coherencia de actuación de los distintos grupos que conformen el Frente Cívico con la flexibilidad y libertad de acción en su actuación.
Una última reflexión cabe realizar sobre este particular: como se expuso en el inicio de este escrito, la crisis no es solo económica, sino que afecta a áreas tan sensibles como la política, el medio ambiente, los derechos sociales, la seguridad alimentaria, las energías renovables etc. En coherencia con ello, las propuestas no deben ceñirse al ámbito financiero o al económico, con ser el que actualmente suscita más interés, sino que deben abarcar otros campos. Desde este punto de vista, sería útil que en cada grupo se creasen las correspondientes áreas temáticas en las que tratar los aspectos relacionados con ellas. De este modo, las propuestas, además de concretas, tendrían un alcance global, lo cual sería plenamente coherente con la necesidad de superar el sistema y no remendarlo parcialmente.
Los medios y las acciones del Frente Cívico
El Frente Cívico debe hacer uso de las herramientas precisas para optimizar la información, la formación y la acción de la ciudadanía.
Desde este punto de vista, es imprescindible la existencia de una página web que haga las veces de punto de encuentro del Frente Cívico y en la que se publiciten el Manifiesto común, el censo de los distintos grupos de trabajo, documentos informativos, las propuestas que se vayan aprobando, las acciones que se llevarán a cabo, enlaces a los blogs o espacios webs de los distintos grupos, calendario de cursos, talleres o conferencias…
Por otra parte, sería oportuno que en la medida de lo posible el Frente Cívico contase con la colaboración de organizaciones hermanas (verbigracia, ATTAC), de intelectuales de prestigio y de especialistas en las distintas materias que conformasen un equipo multidisciplinar que asesorase al Frente Cívico para que las propuestas fueran técnicamente rigurosas, jurídicamente irrebatibles y económicamente viables.
Por último, debe procurarse que las acciones que se lleven a cabo vengan precedidas de un estudio previo intenso y acompañadas de una gran campaña mediática. Dichas acciones deben tener objetivos muy claros y con tiempos de actuación muy determinados y en la medida de lo posible espaciados para evitar su saturación. Toda acción debe ir precedida de una propuesta y esta a su vez de un desarrollo teórico.
Un ejemplo de líneas propuestas a nivel estatal
Para finalizar esta exposición, se reproducen -nuevamente a modo de mero ejemplo- una serie de líneas de propuestas de reforma de alcance estatal, las cuales requerirían de la concreción y estudio indicados:
I.- Reforma política:
– Implementación de un sistema proporcional puro, reforma del Senado a fin de que funcione como una auténtica cámara de representación territorial e introducción de las listas abiertas para las elecciones al Congreso de los Diputados.
– Potenciación del referéndum y de las consultas vinculantes a la ciudadanía mediante la potenciación de las TIC en el ámbito de las Administraciones Públicas.
– Eliminación de la llamada pensión parlamentaria que abona la diferencia entre el límite de pensión máxima y la pensión percibida por el parlamentario cuando éste permanece en el cargo 7 años y de la indemnización por cesantía en su ejercicio.
II.- Reforma económica y financiera:
– Intervención pública para garantizar el acceso al crédito mediante la creación de una banca pública.
– Derogación de la Disposición final tercera del Reglamento sobre la Ley de Prevención del Fraude Fiscal que permite que los altos cargos de las entidades financieras puedan tributar al tipo reducido del 18% en el IRPF por los rendimientos de sus rentas mobiliarias, así como por las compras de bonos, células, obligaciones e incluso por los préstamos que consigan de la entidad o que realicen a ésta o a sus participadas.
– Aprobación de un Estatuto sobre responsabilidades bancarias
III.- Reforma fiscal:
– Tributación de las SICAV al tipo ordinario del 18%, restablecimiento del Impuesto de Patrimonio y eliminación de desgravaciones por la concertación de planes de pensiones privados.
– Reducción de los tipos impositivos para trabajadores con rentas bajas, autónomos y pequeños empresarios y elevación para grandes empresas y multinacionales.
– Persecución del fraude fiscal y de la economía sumergida.
A modo de colorario
Siempre he sido un gran admirador de la figura de Julio Anguita. Por la coherencia en sus planteamientos, por la honestidad en su acción política y por su constante rebeldía frente a la injusticia.
Cuando hace tres semanas se ofreció para ser el referente del Frente Cívico que presentó días después, la idea me subyugó en gran parte por la persona que lo proponía, aunque evité realizar juicios de valor hasta no conocer su propuesta concreta. He de reconocer que la misma no me ha defraudado y con esta pequeña reflexión procuro contribuir, en la medida de mis modestas posibilidades, a dar un pequeño empujón a la idea planteada por él.
Solo espero que por una vez no seamos tan cainitas como siempre y que ese Frente Cívico que estos días germina tenga el necesario carácter inclusivo que permita que esa mayoría silenciosa consiga inclinar la balanza del poder hacia quien realmente lo ha de detentar, el pueblo soberano.